Camalote
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: (eichornia cassiprens)
“equilibra la conexión con
otros planos”
Positivo:
conecta
positivamente con otros planos. Libera y equilibra la conexión.
Ver más allá de la muerte.
Negativo:
conexión
con otros planos a través del dolor, la tristeza, el pesar. Conexión negativa.Sentirse
abandonado. Olvidado. Sin sentido por la vida.
Resumen: Este floral tiene varios niveles
de experiencia.
Hay personas que tienen muy abierta su conexión
álmica, siendo esta, la capacidad de percibir la vida, en otros planos, al
mismo tiempo que perciben y viven en este mundo físico.
Suele suceder que se conecten a partir de su
entendimiento y sufrimiento con los seres que habitan allí, lo cual implica
conexión a través del sufrimiento, del dolor, de la culpa. Otras veces es esta
percepción la que causa el dolor, la tristeza, la angustia.
Hay personas que tienen contacto permanente con
estos seres ya no encarnados, más en la noche, y muchas veces en el espacio del
sueño.
El camalote ayuda a nivelar, a equilibrar esta
percepción, permitiendo que se abra a mundos más positivos.
Algunas personas cuando usan el camalote,
inmediatamente se desconectan de dichos mundos negativos, pero no
necesariamente se conectan a los positivos, ya que ello viene de un avance en
la conciencia. (ver “OTRA HISTORIA” mas
adelante).
Las personas que tienen desarrollada su conciencia
mas ampliamente, gozan con este floral de experiencias realmente sublimes.
Zona física detectada: dolor en muñecas, y sensación de que
te tiran los brazos para abajo
Este floral es muy
rico en opciones y en amplitud de trabajo. Nos vamos a permitir explayarnos
sobre este, dado el gran campo que trabaja.
Para ello narraremos
varios testimonios del grupo de testeadores al cual pertenecemos.
También transcribimos
la leyenda del mismo.
EL CAMALOTE (LEYENDA)
“Dicen que antes, en
el Río Paraná, no existían los camalotes. Que la tierra era tierra, el agua,
agua y las islas, islas. Antes, cuando no habían llegado los españoles y en las
orillas del río vivían los guaraníes.
Fue en 1526 cuando
los hombres de Diego García remontaron lentamente primero el Mar Dulce y
después el Paraná, pardo e inquieto como un animal salvaje, a bordo de una
carabela y un patache. El jefe llegaba como Gobernador del río de Solís, pero
al llegar a la desembocadura del Carcarañá se encontró con que el cargo ya
estaba ocupado por otro marino al servicio de España, Sebastián Gaboto. Durante
días discutieron los comandantes en el fuerte Sancti Spiritu, mientras las
tropas aprovechaban el entredicho para acostumbrar de nuevo el cuerpo a la
tierra firme y recuperar algunas alegrías. Exploraron los alrededores y
aprovecharon la hospitalidad guaraní. Así fue que una joven india se enamoró de
un soldado de García. Durante el verano, mientras García y Gaboto abandonaron
el fuerte rumbo al interior, ellos se amaron. Que uno no comprendiera el idioma
del otro no fue un obstáculo, más bien contribuyó al amor, porque todo era risa
y deseo.
Nadaron juntos en el
río, ella le enseñó la selva y él el bergantín anclado en la costa; él probó el
abatí (maíz en guaraní), el chipá (pancitos elaborados con pancitos de
mandioca), las calabazas; ella el amor diferente de un extranjero.
Mientras tanto, las
relaciones entre los españoles y los guaraníes se iban desbarrancando. Los
indios los había provisto, los habían ayudado a descargar los barcos y habían
trabajado para ellos en la fragua, todo a cambio de hachas de hierro y algunas
otras piezas.
Pero los blancos no
demostraron saber cumplir los pactos, y humillaron con malos tratos a quienes
los habían ayudado a sobrevivir. Hasta que los indios se cansaron de tener
huéspedes tan soberbios y una noche incendiaron el fuerte. Los pocos españoles
que sobrevivieron se refugiaron en los barcos, donde esperarían el regreso de
Gaboto y García.
Después del incendio, el amor entre el soldado
y la india se volvió más difícil, más escondido y más triste. Todos los días,
en sus citas secretas, ella intentaba retenerlo con sus caricias y sus regalos
y, sin embargo, no conseguía más que pulir su recelo.
Hasta que llegaron
los jefes, se encontraron con la tierra arrasada y decidieron volver a España
por donde habían venido.
Las semanas de los
preparativos fueron muy tristes para la muchacha guaraní, que andaba todo el
día por la orilla, medio oculta entre los sauces, esperando ver a su amante
aunque sea un momento. Y, como no hubo despedida, la partida en cierto modo la
tomó de sorpresa. Una mañana apenas nublada, cuando llegó hasta el río, vio que
los barcos se alejaban. Los miró enfilar hacia el canal profundo y luego
navegar, siempre hacia abajo, con sus mástiles enhiestos y sus estandartes al
viento. Después de un rato eran ya tan chiquitos que parecía imposible que se
llevaran tanto... Y, enseguida, el primer recodo se los tragó.
Durante días y días
la india lloró sola el abandono: hubiera querido tener una canoa, las alas de
una garza, cualquier medio que le permitiera alejarse por el agua, más allá de
los verdes bañados de enfrente, llegar allí donde le habían contado que el
Paraná se hace tan ancho y tan profundo, para seguir la estela de los barcos y
acompañar al culpable de su pena.
Todos sus
pensamientos los escucharon los porás (espíritus invisibles vinculados con los
animales y las plantas, que pululaban por los ríos y los montes) de la costa,
que se los contaron a Tupá (dios de las aguas, lluvia y granizo) y su esposa,
dioses del agua. Y una tarde ellos cumplieron su deseo y la convirtieron en
camalote. Por fin se alejaba de la orilla, por fin flotaba en el agua fresca y
oscura río abajo, como una verde balsa gigantesca, arrastrando consigo troncos,
plantas y animales, dando albergue a todos los expulsados de la costa, los eternos
viajeros del río”.
Extraido del pdf
que habita en: http://documents.mx/documents/leyendas-guaranies02.pdf.html